2004. Las mañanas sabatinas en Mosqueta, los amigos de entonces que después se volvieron eternos. Super, el chico que volaba por los aires en los conciertos, que regresaba al piso escurriendo en sudor. Los hermanos Fuzz, en ese entonces músicos noveles que después hasta a VL llegarían.
Claro que me acuerdo, Super me presentó a los chicos, hicimos parada obligatoria a un bar cercano. Las cervezas vinieron y también un sinnúmero de anécdotas, de esas que no faltan entre músicos, fotógrafos, organizadores, fans y prensa de una » escena» . Yo escuchaba ávida, no perdiendo detalle de nada. Entonces mi atención se centró en alguien.
Un chico guapo, delgado. Llevaba un gorro y una playera corta que dejaba a la vista sus innumerables tatuajes. Y me pregunté como demonios me acercaría a él. Ricardo alzó la mano y lo invitó a nuestra mesa.
De inmediato conversamos. Resultó ser mi vecino, vivía a tres colonias de la mía. Le pregunté su edad porque en mi mente veinteañera el no podía ( no debía) tener más de veinticinco. Muy serio y a la vez cautivador se rió cuando le dije que le calculaba 21. » No, no. Sí te digo en que banda toco sabras que no soy un niño» , pero lo mejor es que era bajista, como el regio aquel.» ¿ Bajista? ¡¡Que interesante!!»
Tenía 34, pertenecía a una banda de abolengo. Me remontó a mi infancia cuando mis compañeras bailaban el gran éxito de esta banda durante los recreos, pero ese día estaba en mi mesa preguntándome mil cosas. Después se levantó y se recargó en un muro, sostenía una cerveza. Me despedí de él antes de ir a otra fiesta con otros amigos. Me dio su numero telefónico y eso para mí fue como si me hubiera dado un anillo de diamantes. Le marqué algunas veces, no hablábamos de nada en concreto, y como era de pensarse el nimio nexo se diluyó
No lo he vuelto a ver. Sólo de lejos en el Estadio Azteca, deshaciéndose en el escenario. Moviendo sus brazos frenéticamente, destrozando el bajo, luciendo su rayada piel.